miércoles, 31 de agosto de 2011

Un suceso bochornoso (Cuento)

El tano llegó al kiosco y los pibes estaban ahí. Lo consoló comprobar que estaban.

- Que cara, tano ¿Qué te pasó? ¿Descubriste que el Tuta se coje a tu vieja?

Tuta se rió pero no dijo nada.

- No me jodas, negro. Que no estoy de humor.

- Pero ¿Qué pasó? ¿Algo grave?

Se preocupó el negro. No le gustó nada la cara del tano.

- No… Bueno, sí. Pero no importa.

- ¿Cómo qué no importa, pelotudo? No hagás eso que parecés mi jermu. Pone cara de culo y dice que no le pasa nada. Le tengo que sacar la información jugando al verdadero o falso.

- Al verdadero o falso.

Apoyó Tuta. Que se acercaba al mostrador y le pedía al Goya un sándwich de milanesa.

- Ya te lo caliento.

Le dijo el Goya.

- Lo que pasa es que me crucé a la rubia. Claudia…

Empezó su relato el tano, mientras se sentaba en un cajón de Quilmes vacío.

- ¿Y?

- Que me la cruce. Vos sabés que hace meses que me la quiero encarar.

- Pará- interrumpió el negro-, ¿qué rubia?

- La rubia. La flaca alta que pasea el perro.

- ¿La del Chihuahua?

- La del Chihuahua

Aclaró el tano. Con pesar, como si hablase de la reciente muerte de un familiar cercano.

- ¿Y qué pasó?

Preguntó el negro.

- Nada…

- ¿Cómo nada, pelotudo? No empecés que te cago a trompadas.

- No. Nada. Que la veo venir… yo estaba en la terraza. Tomando un poquito de aire. Mirando para abajo, viste. Me sentía un poquito mal de la panza.

- ¿Ahora?

- Recién. Hará dos horas… Bueno. La veo venir. Por la calle de casa. Digo, ésta se va para la plaza. Venía con el perro ¿viste?

- Y la encaraste.

- La encaré. Pero no ahí… Pará. Agarro al Pitufo…

- ¡No me digas que el Pitufo se cogió al chihuahua!

Lo interrumpió el negro.

- No gil. El Pitufo es un santo. De la calle pero bueno. Es un caballero…

- Y bueno… Pero ¿qué pasó?

- Lo agarro al Pitufo… ¡Vamos para la calle le digo! Empezó a mover la colita. Contento.

- ¡No me digas que al Pitufo le pasó algo!

Volvió a interrumpir el negro.

- No. No. Que la boca se te haga a un lado.

- Ah, me quedo más tranquilo.

- No. Tranquilo… Pitufo está bien… Bueno. Lo agarro al Pitufo. Vamos a la calle le digo. Salimos. Encaramos para la plaza…

En eso Tuta salió del kiosco con el sándwich de milanesa en la mano.

- No me digas que le pasó algo al Pitufo.

Dijo asustado. Impresionado.

- ¡Callate la boca!

Le dijo el negro.

- No, Tuta. El Pitufo está bien.

- ¡Ah!

Se tranquilizó el Tuta. Dando un bocado increíble a la milanesa que chorreaba mayonesa y salsa golf por los costados.

- Bueno. Sigo- dijo el tano. Y siguió-: La veo venir…

- Es un minón esa.

Dijo el Tuta.

- Un minón- aclaró el tano-. Tremenda. Viste lo que es; alta, buen lomo...

- Flaquita pero armada.

- Sí. otro nivel. De guita. Bien alimentada.

- Una cheta de Belgrano pero de este barrio.

- Buena mina- aclaró el tano-. Parece amarga pero no lo es. De buena familia. De guita pero humilde. No se la cree.

- Eso es impagable tano.

- Impagable… Un minón, negro. Un minón… Bueno. Salgo con el Pitufo. Me mando para la plaza y la veo. Ahí estaba. El pelo rubio le brillaba al sol. Parecía una modelo.

- ¿No es modelo esa mina?

Preguntó Tuta.

- No. La hubiéramos visto en la tele. O en alguna revista.

Aclaró el negro.

- Por ahí es modelo pero no sale en la tele… ¿Por qué tiene que salir en la tele?

- Porque las modelos salen en la tele, Tuta.

- ¡Por ahí ésta no!

- Bueno, che. No importa.

Intervino el tano, poniendo paños fríos.

- Es que no todas las modelos son famosas.

- Ya lo sé, Tuta. Hay modelos que incluso no están buenas.

- Eso es verdad. No todas las modelos están buenas.

Admitió el negro. Mientras que con un gesto le pedía un pedazo de milanesa a Tuta. Tuta, por supuesto, se lo dio.

- Bueno. Sigo: Me voy a la Plaza y la veo. Hermosa hermano. Hermosa.

- Un minón.

- Un minón.

- ¿Y cómo te encarás un minón?

- Con guita.

Dijo el negro.

- No negro. Con humor- respondió el tano-. Con humor. Así que ahí estaba yo. Digo. No me voy a acercar yo solo. Para eso está el Pitufo.

- ¡Ahí va, papá!

Se entusiasmó el negro.

- Lo mando al Pitufo que se acerque a olerle el culo al Chihuahua y me acerco yo.

- ¡Vamos Pitufo carajo!

- Podés creer que el hijo de puta no se acercaba. Olía los arbustos. Meaba como nunca. Digo, perro de mierda, hoy no comés ni las sobras.

- Que cagón el Pitufo.

- No es cagón. Estaba en la suya.

- Eso puede ser.

- Así que me digo; “¿Sos hombre o no sos hombre? Encará con lo que tenés, hermano”. Y ahí me mando. Creativo. Ingenioso. Aprovechando lo poco que tengo. Construyo desde la nada. Le digo; “¿vos sabés que tengo el perro más antisocial del barrio?”

- ¿Así, de una?

- De una.

- ¿Y la mina qué te dijo?

- Se cagó de risa. Y yo aproveché la risa para meter el segundo golpe. El remate: “Te juro- le digo- hace diez minutos que le estoy diciendo, Pitufo, acercate al Chihuahua, acercate al Chihuahua”.

- ¡Bien ahí! ¡Un derechazo a la mandibula!

- Monzón, papá. Monzón.

- Gran frase. Histórica.

- De las mejores que se me ocurrió, Tuta. De las mejores.

El Tuta ya se había sentado en un banquito, frente al tano.

- Es que después de una frase así, si la mina sigue hablando, es porque quiere algo. Sino, te corta el mambo de una.

- Por ahí se rió por cortesía, Tano.

- No, señor, una mina de ese pedigrí si te tiene que cortar menos diez te corta. Sabe con lo que cuenta. Sabe que vale.

- Eso es verdad, negro. Tuta tiene razón.

- No coincido. Ésta es buena mina. No es una cheta de Belgrano. Una cheta sí te corta menos diez. Ésta es más nosotros. Más de barrio.

- No sé, negro. No sé. Es un minón y lo sabe.

- Bueno, no importa. Seguí contando.

Pidió el negro.

- ¿Querés milanga?

Le ofreció Tuta.

- No Tuta. Justo ahora no. Después de esto…

Ni Tuta ni el negro entendieron el por qué del rechazo del tano. Quien aun no se animó a confesar nada. Es que, ciertamente, lo que le había pasado era algo difícil de confesar.

- Sigo- anunció el tano-: La mina se cagó de risa. Y como decís vos, Tuta, si no me sacó cagando es porque picó.

- Picó.

- Nos ponemos a charlar: Que de dónde sos. Que vivo acá a la vuelta. Que yo te tengo visto. Que esto, que el otro. Que qué hacés… Me contesta, y ahí nomás arranco: “¿Vamos a tomar algo?”.

- ¿Ahora?... Digo ¿Ahí, en ese momento?

Se sorprendió el negro.

- Si, ahí. La mina se sorprendió como vos. “¿Ahora?” me dice. “Sí, no hay que dejar pasar las oportunidades”.

- ¡Otro derechazo! ¡Afilado estabas! ¡Pum! ¡Pam! Tres jugadas y gol.

El negro, entusiasmado, pasó de las analogías boxísticas, a las futbolísticas. Las más útiles en la vida.

- Un golazo. Porque la mina la pensó un rato… Bah, un rato. Unos segundos. Pero para mí fue un siglo. Y levanta la cabeza y me dice: “Bueno”.

- ¿Bueno?

Se desilusionó el negro.

- Sí. “Bueno”.

Aclaró el tano. Imitando el tono que usó la rubia.

- ¿No te dijo “Sí”?

- No, dijo “Bueno”.

- No es lo mismo. El “sí” es más convencido. El “Bueno” es “Vamos a ver que pasa”.

- ¡No hinchés las pelotas, negro!

- Lo paró en seco el tano.

- No hincho las pelotas. Opino, hermano.

- Pero si la mina accede a ir a tomar algo, da lo mismo el “Sí” o el “Bueno”.

- ¡No da lo mismo!

- ¡Da lo mismo!

Se impuso Tuta.

- Da lo mismo, negro. La mina accedió. “¿A dónde vamos?” me dice.

- ¡No da lo mismo!

- Da lo mismo.

- Bueh.

Se bufó el negro.

- “¿A dónde vamos?” me dice.

El tano repitió la frase.

- ¡A un telo!

- ¡A coger!

Dijeron casi al unísono el negro y Tuta. El tano se rió.

- No. Ojala. Arrancamos para el bar de Constituyentes. El que está en la esquina de Los Incas.

- Lindo lugar.

- Humilde, negro. Pero cálido.

- Lindo lugar.

- Y bueno. Charla va, charla viene. Nos sentamos. Ella se pidió una Coca. Yo no me iba a pedir una cerveza. No quedaba bien a esa hora. Además me sentía mal.

- ¿Y por qué no pediste un te de hierbas?

Acotó Tuta. De cuyas manos, el sándwich había desaparecido como por arte de de magia.

- No podés pedir té de hierbas en una primera cita.

Afirmó el negro.

- ¿Por qué? Si te sentís mal.

- Es de putos, tano. Es de putos.

- ¡Uhh, sos un cerrado, negro! ¡Son un cuadrado!

Se calentó Tuta.

- ¡Voy con la posta, Tuta! ¡Yo no vendo humo!

- ¡Sos un adoquín! ¡Vos te la debés comer, por eso tanto prejuicio!

- ¡Bueno, no importa viejo! ¡Escuchen que sigo!- Ambos se callaron-: Me pido un café.

- Lo peor para el estómago.

Aportó Tuta. Como si fuese un médico columnista de un programa de radio.

- ¡Como sabés de tesitos vos, eh!

Le gastó el negro. Tuta reconoció que con esa frase, su amigo le bajó las cartas con una “flor” rotunda y poderosa. Y por eso no dijo nada.

- Y bueno. Seguimos charlando- prosiguió el tano-, profundizamos. Le dije que le iba a prestar un libro que me dijo que hacía rato quería leer.

- La del libro funciona siempre.

- Y, hay que mostrar un poco de todo.

- ¡Exacto!

- Y bueno. En eso estaba, cuando de repente- el tano frenó su relato dos segundos, y pensó bien lo que iba a decir-… ¿Viste cuando un retorcijón mezclado con escalofrío te sube desde la panza por la espalda?

- Uhhh…

- El café.

Sentenció Tuta.

- El café. Y toda la mierda que comí anoche mirando a River.

- ¿Qué hiciste?

- Dije; “Ya para. Ya para”.

- ¿Y paró?

- Sí…

- Menos mal- lo interrumpió Tuta-. Porque en ese estado ya estás afuera.

- Claramente. No podés pensar con claridad.

- Estás entregado.

- Entregado… Seguimos charlando. Y a los dos minutos, de nuevo: Hiroshima, hermano ¡Pum! ¡Pam! Se me retorcían los intestinos como un trapo. “Voy al baño”, le digo. Y fui. Llego al baño. Cerrado.

- ¡No!

- ¡Jodeme!

- ¡Al de minas, de una!

- Eso pensé yo. Pero primero tenía que preguntar. Por ahí lo abrían: “Maestro ¿No se puede habilitar el baño?” “No, pibe”, me dice el mozo, “se tapó la cloaca”…

- ¡Uhhhh!

- Temblé, muchachos. Tem-blé.

Separó la palabra en sílabas, con parquedad, el tano.

- ¿Y el de mujeres?

El tano negó con la cabeza. En silencio. Suspirando.

- No me digas.

El tanto volvió a decir sin hablar: ahora afirmó con la cabeza. Pero manteniendo el gesto con la cara, y suspirando. De pronto, habló:

- Me cagué, muchachos. Me cagué encima.

Se hizo un silencio incrédulo. Sus amigos quedaron petrificados con una sonrisa ingenua en la boca.

- ¿Cómo que te cagaste?

- ¡Me cagué, boludo! ¡Se me escapó un pedo y solté de más!

- Es un chiste.

Afirmó más que preguntando el negro.

- No negro. Es verdad.

- ¿Ahí, en el lugar?

- Caminando. Mientras volvía a la mesa.

- ¿En la mesa?

- Casi.

- ¿Vos me estás cargando?

Tuta estaba atónito.

- No, negro. Se me escapó…

- Pero ¿Cómo?

- No sé. Estaba mal.

- ¡Pero no tenés dos años, tano!- El negro se puso más serio que nunca-. Yo no lo puedo creer.

- Yo tampoco, negro.

- ¿Y la mina?

Tuta seguía paralizado.

- Y la mina, ahí.

- ¿Pero escuchó algo?

- No lo sé.

- ¿Y qué hiciste?

- Nada. Me quedé ahí. Tampoco podía irme. Con tremenda mina.

- Le decías que te sentías mal.

Por fin, abrió la boca Tuta.

- No. Porque mirá si yo me iba y ella se quedaba sentada. Por ahí me miraba de atrás y notaba algo.

- Ah, o sea que fue grande la cosa.

- Grande. Líquida.

- ¡Que mala leche!

El negro pensó en decir “que mierda”, pero no le pareció correcto bromear.

- Y no me digas que te quedaste ahí.

- Y sí. Cerca del medio día. En cualquier momento la mina me decía que se tenía que ir a comer…

- O pedía algo de comer ahí.

- Bueno. Sí…

Aceptó el tano.

- ¡No me digas que pidió algo para comer!

- ¡No! ¡Gracias a Dios, no!

- ¿Y entonces?

- Peor.

- ¿Cómo peor?

- Claro. Antes de cagarme yo había empezado a apurar: Que me parcés muy linda. Que tus piernas. Que esto. Lo otro.

- ¿Y eso qué tiene de malo?

- Que la mina me dice: “Che, acá anda toda la gente del barrio ¿Por qué no seguimos charlando en otro lado?”

- ¿Y? ¡Esa era la tuya! Encarabas para tu casa. Te metías en el baño, y listo. Borrabas la evidencia.

- No, hermano. En un momento así sentís que el olor te persigue. Por más que sea un sentimiento exagerado.

- ¿Y?

- Además en mi casa está mi vieja.

- Uhhh ¿Y por qué no iban a la casa de la mina?

- Eso es lo que me dijo. “Si querés vamos a mi casa”, me dijo.

- ¿Y?

- Le dije que no.

- ¿Cómo que le dijiste que no?

- ¡Le dije que no!

- ¿Pero sos boludo vos?

- ¡No, negro! ¡Porque me cagué pero los retorcijones seguían! ¡No voy a ir a lo de la mina a usarle el baño!

- ¿Y la mina qué dijo?

- Nada ¿Qué va a decir?

- Le dije que tenía que esperar a alguien. Que tenía una reunión.

- Y arreglaron para otro día.

Afirmó sin saber Tuta, esperanzado en la consumación sexual de su amigo.

- No.

- ¿Cómo que no?

- No, Tuta. No arreglamos nada. Me dijo; “que lástima, estaba linda la charla”. Y se fue. “Me tengo que ir- dejó picando-. Acá hay mucha gente”.

- ¿Le pediste el teléfono?

- No.

- ¿Le diste el tuyo?

- No me dio tiempo.

- ¿Y ahora?

- Y ahora. Ahora voy a comer más sano. Y si la veo desde la terraza me mando con el perro.

viernes, 22 de julio de 2011

El amor (Una intervención equivocada)

Esa era la segunda vez que Mariana y Juan Cruz salían, o mejor dicho, era la segunda vez que se veían con intenciones más bien amorosas (o sexuales) porque en realidad no habían salido a ningún lado, sino que directamente habían entrado, al departamento que Juan Cruz ocupaba desde hacía años.

Treinta años él, y veintinueve ella. Juan Cruz era publicista, y ella se dedicaba al diseño gráfico, sin ser diseñadora con un título que lo avale.

Su forma de conocerse había sido tan común que casi no valía la pena contarla cuando, años después, ya juntos y casados, alguien les peguntaba cómo se habían conocido.

Lo que sí valía la pena contar- y es lo que pretende este relato- es la forma en que se enamoraron, puesto que es poco menos que increíble y asombrosa.

Habían quedado en juntarse en un bar, en un restaurante para comer algo, pero el tiempo les había jugado en contra- o a favor- con una tormenta inesperada y apocalíptica, bíblica, y decidieron comer en lo de Juan.

De modo que la media noche los encontró en el sofá del living, sin zapatos, a la luz de la chimenea, y bebiendo un vino tinto exquisito.

- Estuvimos bien en no ir a comer afuera. Con esta lluvia y con lo difícil que es encontrar lugar para estacionar, nos hubiésemos empapado.

- Sí, la verdad que sí. –Respondió Mariana- siempre es complicado encontrar lugar por esa zona.

- Cierto, a veces, la verdad que es mejor tomar un taxi.

- Muy cierto.

- Pero bueno, ya estamos acá, a salvo del tránsito…

Hasta el momento no se habían tocado; es decir, sí se habían tocado- se habían rosado, se habían saludado- pero jamás habían mantenido contacto físico como se supone mantendrían un hombre y una mujer una noche de tormenta, en un sofá mullido y a la luz de la chimenea. Por eso, Juan Cruz, al decir lo que dijo, apoyó su mano sobre la pierna de Mariana, que no la corrió, y que reconoció el gesto como un coqueteo en el que estaba dispuesta a entrar.

- Es una noche hermosa.

Aportó Mariana al juego, sabiendo que con sus palabras (palabras elegidas con cuidado y precisión de novelista) condimentaba con algo de romanticismo y sensualidad la mesa de las incitaciones.

Juan Cruz, sabiendo lo que proponía Mariana, pero no entendiendo si lo de “noche hermosa” lo decía por la noche en sí, y sus inclemencias climáticas, o por la velada que estaban pasando, agregó la frase perfecta pero más trillada desde que alguien inventó el amor, y los encuentros amorosos son el protocolo anterior al sexo que los animales no bípedos hubiesen tenido sin cuestionarse:

- Hay una luna que parece de cuento.

Mariana lo miró a los ojos, reconoció en él al marido/padre/compañero/amigo/amante que siempre había buscado, y acercó su boca para besarlo. Pero antes de que pudieran juntar sus labios, el timbre del departamento sonó despertándolos del ensueño.

- ¿Esperabas a alguien?

Preguntó Mariana.

- No. No. Para nada… Debe ser algún vecino que viene a quejarse por el volumen de la música.

Juan Cruz se puso de pie y se acercó a la puerta, para ver quién era, a través de la mirilla.

- Pero si está bajita.

- Sí, pero viste cómo es la gente… La gente se molesta por todo...

- Sí, eso es verdad.

Juan miró por la mirilla, y vio algo que en principio no entendió. Se veían unas plumas blancas, que chocaban contra el lente de la mirilla, y una cabellera escasa, de pelos rubios, que se mezclaba con las plumas. Luego esa cabellera y esas plumas se alejaron de la mirilla, y Juan Cruz vio lo que parecía- o era- un hombre vestido de ángel, con una especie de pañal, una musculosa blanca, y unas alas bastantes reales que le salían de la espalda. Traía también un bolso.

- Es un tipo vestido de ángel.

Le dijo a Mariana, tan sorprendido como ella al escuchar lo que él dijo.

- ¿Cómo?

- Que es un tipo vestido de ángel- Le dijo a Mariana, y luego le preguntó al visitante- ¿Quién es?

- ¿Qué tal? Buenas noches. Soy Cupido. Vengo a traer el amor que pidieron.

Mariana se puso de pie y se acercó a la puerta.

- ¿Qué dijo?

Preguntó.

- Que es Cupido y que viene a traer el amor que pedimos… ¿Vos pediste algo?

- No ¿Vos?

- No. Nada. Menos amor.- Mariana lo miró con mala cara, considerando desafortunada la aclaración de Juan Cruz. Él quiso arreglarla- Me refiero a que no pedí amor. Al menos no de esa forma. No sabía que existía un delivery de amor.

El ángel, impaciente, volvió a tocar el timbre.

- Por favor. Que estoy apurado ¿Podrían abrirme?

- Por ahí es un stripper.

Dijo Mariana, tratando de ver por la mirilla.

- Lo dudo. Si es un stripper es uno de muy mala calidad.

- Sí, veo.

Comprobó Mariana.

Juan Cruz, tomó su lugar de hombre y de dueño de casa, y creyó pertinente aclarar que en verdad, allí, no habían pedido nada.

- Acá no pedimos nada, señor. Debe ser en otro departamento.

El ángel sacó del bolsillo de su bolso un papel arrugado, lo leyó y dijo:

- ¿Aquí no se encuentra la señorita Mariana Domenni?

Juan Cruz y Mariana se miraron sorprendidos. Ella levantó los hombros en señal de duda y perplejidad, y él volvió a considerar necesario aclarar que allí, sin duda alguna, no habían pedido nada.

- Sí, está acá, pero nosotros no pedimos nada.

- Acá me consta de que la señorita Mariana Domenni hace seis meses que viene rezando y pidiéndole a mi jefe, “un amor que ilumine mis días”. Sus días, digamos.

Juan Cruz se volvió a sorprender, y consultó con Mariana.

- ¿Un amor que ilumine mis días? ¿Esto es una broma, Mariana?

- No. Te juro que yo no pedí nada.

- No lo entiendo.

- Yo tampoco.

El ángel volvió a tocar el timbre. Esta vez con más ganas.

- ¿Me dejarían pasar al baño, por lo menos? Porque estoy acostumbrado a estar en el cielo, y cuando bajo a la tierra me vienen ganas mover el intestino. Vieron como son los viajes largos, uno se aguanta.

Esta vez Juan Cruz estalló en un ataque de perplejidad e impotencia:

- ¡Esto es una cargada, Mariana! Decime que me estás jodiendo con algún amigo, que hicieron una apuesta, y listo. Nos reímos todos, tomamos algo y se termina la joda.

- No, te juro que no, Juan Cruz. No es una cargada…- Hizo una pausa, tragó grueso, y lo miró a Juan Cruz fijo a los ojos- Lo otro sí es verdad…

- ¿Qué cosa es verdad?

- Lo otro, lo de rezar para pedir un amor…

El ángel se agarraba la panza y daba saltitos pequeños, como si estuviera bailando o trotando en el lugar:

- ¿Me pueden dejar pasar? Por favor. Necesito ir al baño, con urgencia. Si no voy a hacer un enchastre acá y mi jefe me va a mandar al infierno por asqueroso… Vamos, nadie quiere un nuevo Satanás en el mundo.

- No, por favor, con todos los que hay nos alcanza.- Respondió Juan Cruz al ángel, y luego agregó mirando a Mariana- ¿Vos pediste amor? ¿A dónde?

- A ningún lado… Rezando… Dejalo pasar, pobre hombre, necesita ir al baño.

- ¿Cómo que rezando?... Puede ser un ladrón.

- Sabe todos nuestros datos.

- ¿Y eso que tiene que ver?

El ángel, que escuchaba la conversación desde afuera, intervino:

- Miren, soy un ángel, todo un ángel. Un ángel de verdad. Tranquilamente podría atravesar la puerta y aparecerme en el medio del living como si fuese un mago. Pero no lo hago por cortesía. Soy un tipo educado. Así que déjenme pasar. Por favor.

- Dejalo pasar y listo.

Juan Cruz dudó. Miró a mariana un largo rato, en silencio, elucubrando en su cabeza mil posibilidades: Quizás era todo una broma. Y Mariana y el ángel eran actores de uno de esos programas de televisión donde se hacen cámaras ocultas para divertir a la audiencia. Quizás Mariana era una farsante y una ladrona (después de todo hacía muy poco que la conocía), y junto al ángel, su amigo, su cómplice, lo atarían de manos, de pies, lo amordazarían, y le robarían todas sus pertenencias después de torturarlo. O quizás, después de todo, el tipo sí era un ángel, y Mariana decía la verdad.

Para averiguarlo, decició dejarlo pasar:

- Bueno, lo dejo entrar, pero cualquier cosa vos te hacés cargo de todo lo que nos roben.

Aclaró, necesitó aclarar, como si de ese modo, en caso de ser robado, víctima de un robo, o de una broma televisiva, quedase asentado que él se había dado cuenta de todo antes de saber la verdad, y su instinto- instinto que hubiese fallado de cualquier modo- hubiese sido un premio ante la desgracia: “Yo me di cuenta de que me iban a robar”, le diría a un amigo, “pero no pude hacer nada para evitarlo”.

Mariana, ante la aclaración de Juan, se exaltó un poco:

- Ay, por favor, no seas tan desconfiado.

- No soy desconfiado- Dijo mientras sacaba todas las trabas de la puerta-. Pero ahora me vas a explicar todo esto. Pase.

Le dijo al ángel, que pasó de inmediato, tomándose la panza.

- Gracias… ¿El baño?

- Al fondo.

- ¿A la derecha?

Preguntó chistoso el ángel.

- No, al fondo. Directamente.

- Bueno. Que humor.

Respondió el ángel, y se fue corriendo al baño. Juan Cruz cerró la puerta, puso cada una de las trabas que ponía siempre, y le pidió explicaciones a Mariana:

- Explicame esto.

- Es muy sencillo. Yo hace muchos meses que cada noche rezo y le pido a Dios un amor, una pareja. Un novio.

- Muy bien. ¿Y vos te crees que Dios te escuchó y te mando un gordo vestido con pañales?

- No lo sé. No sé que pensar. Yo estoy tan confundida como vos.

- Pero es irrisorio. Parece una broma. Decime la verdad.

Mariana, dentro del tono de secreto que estaban usando, levantó un poco el volumen de la voz:

- ¡Te estoy diciendo la verdad! Yo lo único que hice fue rezar.

- Realmente no lo entiendo.

- Yo tampoco.

En ese momento el ángel vuelve del baño corriendo y los interrumpe:

- Disculpame ¿Papel higiénico?

- En el botiquín.

Respondió fastiadiado Juan Cruz.

- Gracias. Ya vengo… No tardo más de media hora.

Juan Cruz no entendió si lo que decía el ángel era verdad o era una broma. Ya tenía suficiente de bromas ese día, no quería una más. Por eso lo miró con mala cara.

- Bueno, que humor que tenemos hoy- dijo el ángel alejándose-. Uno les viene a traer el amor. De buena manera. Le pone buena onda…

Cuando el ángel ya estaba en el baño, Mariana volvió a aclararle la situación a Juan Cruz:

- Te juro que yo lo único que hice fue rezar. No sé. Desear con todas mis ganas una pareja. Un hombre.

Juan Cruz la miró pasmado, tratando de encontrar un poco de convicción entre tanta extrañeza y vacilación. Intentó razonar con ella:

- Supongamos que Dios existe y te escuchó, Mariana… Dudo que se manifieste de esta forma.

- Bueno, por ahí esta es una nueva forma que tiene Dios de acercarse a sus seguidores, y de devolverles su devoción.

- No lo sé. Me parece una locura. No lo creo.

Nuevamente el ángel vuelve del baño. Esta vez, se lo ve más calmado y liviano.

- Mariana tiene razón- dijo, como si hubiese escuchado desde el baño todo lo que ellos conversaban. Luego agregó- Dios está implementando una nueva forma de atraer adeptos. Algo más novedoso, vieron. Los tiempos cambian y hay que adecuarse… Esto es algo más moderno, dinámico; seguimiento personalizado, digamos. Contacto cara a cara con el creyente. Monjas promotoras en la playa. Blog. Página de internet.

- ¡Que bueno!

Se entusiasmó Mariana.

- Sí, sí. Es estupendo. De hecho, estamos pensando en cambiar al papa por alguien más joven, con llegada. Alguna estrella pop. Justin Timberlake, o algún otro galancito.

Juan Cruz volvió a dudar si lo que el ángel decía era verdad o volvía a ser una de sus tantas bromas. Preguntó:

- A ver… Supongamos que le creo y que usted es un ángel… ¿Qué vino a hacer acá?

- Vine a enamorarlos. Traigo el amor que Mariana está pidiendo desde hace meses.

- Pero yo no me quiero enamorar. Realmente no lo tenía planeado.

Al escuchar eso Mariana se enojó. Pareció saltar de su cuerpo como si un león le saliera de adentro:

- ¡¿Cómo que no te querés enamorar?!

- No. Realmente no estaba en mis planes. Quiero seguir estudiando. Dedicarles más tiempo a mis amigos. A mis hobbies.

- Todos dicen lo mismo- agregó el ángel-: “No me quiero enamorar. Quiero tener tiempo para mí”… Es inevitable Juancito, a todos nos llega.

A Juan Cruz le molestó que el ángel le diga “Juancito”.

Mariana se entusiasmó. Se volvió a entusiasmar. Parecía entusiasmarse cada vez más con cada cosa que decía el ángel:

- ¡Que bueno! ¡A mi también me va a llegar!

El ángel comenzó a manejar la situación. Comenzó a hacer su trabajo:

- Ya estoy acá. Así que ¿Por qué no me ofrecen algo para tomar?

- ¿Vino?

- ¿Tinto o blanco?

- Tinto.

- ¡Me encanta! ¡Es un milagro!

- Ya te sirvo.

Mariana se acercó a la mesa y le sirvió un poco de vino en una de las copas que habían usado. Luego se la acercó.

- Gracias.

Juan Cruz seguía buscando un faro en la tormenta. Contrariamente a como parecía sentirse Mariana, él no sabía cómo manejarse.

- Bueno ¿Y ahora? ¿Qué tenemos que hacer?- Preguntó- ¿Ya está? ¿Ya estamos enamorados?

- No. No. Todavía no. Tenemos que hacer algunas cosas.

- ¿Tengo el derecho a negarme?

El ángel le puso la mano en el hombro y con complicidad le dijo:

- Ya estoy acá. Hagamos esto sencillo.

- Pero… ¿Nos vas a clavar alguna flecha? ¿Va a doler?

- ¡No, hombre! ¿Qué te crees que soy? ¿Un indio?

- No, bueno, pero…

El ángel lo interrumpió:

- Nada de flechas. Eso es fantasía. Lo que vamos a hacer es una suerte de examen pre ocupacional y listo. Unas gotitas en la bebida, y ya están enamoradísimos.

- ¡Estupendo!

Volvió a entusiasmarse Mariana. Juan Cruz, seguía dudando:

- ¿No tengo alternativa, entonces?

- No. El amor ya llegó a tu vida… Vengan para acá…

Ordenó de forma amable, indicándoles que se sienten en el sofá. Ellos caminaron hasta el sofá, mientras que Mariana le recriminaba a Juan Cruz su infortunada aclaración:

- ¿Cómo es eso de que no te querés enamorar? ¿Y todo eso que decías de que veías futuro, hijos, perros labrador?

- Bueno, Mariana. No tomes todo al pie de la letra. Hoy en día ninguna mujer se cree esas cosas.

- ¿O sea que me estabas mintiendo?

El ángel intervino buscando paz:

- No peleen ahora chicos. Que van a tener toda la vida para hacerlo.

- Es que es un mentiroso. Me vive diciendo que quiere enamorarse, tener una pareja seria…

El ángel pareció ponerse del lado de Juan Cruz:

- Bueno, todos los hombres hacemos lo mismo; mentimos y decimos cualquier pavada con tal de acostarnos con la mina.

- Son todos iguales.

Dijo Mariana con desprecio. El ángel se rió con una carcajada contagiosa, y le habló con complicidad a Juan Cruz:

- ¡Es una linda nena eh!

Por alguna razón, quizás porque sintió que le estaban marcando el territorio, Juan Cruz sintió celos:

- ¡Bueno, bueno! ¡Ojito con lo que dice!

El ángel volvió a reír y esta vez le habló con complicidad a Mariana:

- ¿Ves? Ya tiene ese sentimiento de posesión que tienen todos cuando están en pareja. Van mejor de lo que pensaba.

El ángel sacó de su bolso una planilla, una lapicera, y comenzó a hacer unas anotaciones. Mariana y Juan lo miraban en silencio, esperando, sin saber qué hacer. Finalmente el ángel dejó de anotar, acomodó sus hojas, y dijo:

- Bueno, ahora sí. Empezamos.

- ¡Que bueno!

Respondió Mariana, cuyo entusiasmo parecía no tener límites. El ángel prosiguió:

- Bueno. Yo pregunto y ustedes me responden ¿Está bien?

- Bien.

- Supongo.

Dijo Juan Cruz.

- ¿Parejas anteriores?

- Tres.

Respondió él.

- Doce.

Dijo Mariana, y Juan Cruz y el ángel la miraron sorprendidos, estupefactos.

- ¡¿Doce?! ¿Qué hacés? ¿Los matás para quedarte con sus bienes?

- Es que soy muy enamoradiza, Juan Cruz.

- Ya veo.

- Bueno, chicos. No se desconcentren- puso orden el ángel, y siguió con el interrogatorio- ¿Motivos de las separaciones?

- ¿Es necesario que ella enumere todos?- Preguntó Juan Cruz- Vamos a tardar dos días.

- Sí. Es necesario.

- ¿No se puede saltear esa parte?

Preguntó pudorosa Mariana.

- Como poder no se puede- respondió el ángel- Pero dado el caso. El exagerado caso de tantas ex parejas… vamos a hacerlo.

- Menos mal.

Acotó Juan.

- Sí, es una barbaridad.

Agregó el ángel.

- Tremendo, me gustaría saber qué hace con las parejas.

- A mi también- dijo el ángel-. Me han tocado pocos casos de mujeres tan jóvenes que tienen tantos muertos bajo la alfombra.

- Es increíble. Te digo que ya me está dando miedo… ¿Todavía puedo echarme atrás, si quiero?

- Sí, pero…

Mariana los interrumpió:

- ¡Bueno, bueno, bueno, bueno! ¿Pueden dejar de hablar de mí?

- Sí, sí, sí. Perdón.

Se disculpó el ángel. A lo que Juan agregó:

- Es que es sorprendente.

- Sí, ciertamente.

- ¡Bueno, basta!

Volvió a interrumpir Mariana. Ellos volvieron a disculparse. Y el ángel siguió con su tarea:

- Bueno. A ver...

El ángel revisó sus papeles nuevamente, sacó una cuenta, pensó. Juan Cruz volvió a referirse al tema involuntariamente:

- Sorprendente.

- ¡Basta!

- Perdón. Perdón.

El ángel tomó un sorbo de vino, miró su reloj y dijo:

- Bien. Estábamos en los motivos. Decime vos…

Lo señaló a Juan.

- Ehhhh… Creo que en los tres casos se acabó el amor. Simplemente. Llegamos a un punto donde no había retorno. Desgaste. Rutina.

- ¿Qué? ¿No te gusta la rutina?

Interrogó Mariana, algo exaltada, paranoica.

- No es eso…

Respondió él, pero ella lo volvió a interrumpir:

- Porque para formar una familia, tener una pareja estable. Es necesaria la rutina.

- Sí, sí, lo sé…

- Bueno, pero como decís que las parejas se acabaron por la rutina.

- Me expresé mal.

El ángel volvió a interceder buscando orden y paz:

- Bueno. Concentrémonos… Ahora quiero que me digan qué nivel de responsabilidad creen que tuvieron en el fracaso de las relaciones pasadas.

Mariana respondió tomando la posta:

- Mmmm… Ninguna. Fueron todos unos soretes. Mala gente.

- Pero fueron doce- acotó Juan-. No te pueden tocar doce malas personas. Todas seguidas. Algo de responsabilidad tuviste que tener vos.

- ¿Yo? En absoluto- respondió ella, enojada-. Eran doce enfermos. Uno peor que el otro.

- Lo dudo…

- No te pongas de su lado. Porque ya empezamos mal…

- No me pongo de su lado.

El ángel volvió a interceder por el bien de todos:

- No se dispersen. Sigamos que venimos bien.

- Perdón.

Mariana también se calló, pero no pidió perdón. Más bien se quedó en silencio mordiéndose el labio.

- ¿Vos, qué nivel de responsabilidad crees que tuviste?

Le preguntó el ángel a Juan.

- Mirá. Las tres parejas fueron distintas. A distintas edades. Pero la verdad es que la responsabilidad fue compartida. Con dos simplemente nos separamos. Nos distanciamos. Y con la otra, después de una larga charla, nos dimos cuenta de que teníamos necesidades diferentes. Y cada uno tomó su camino.

- Entiendo…

Cuando parecía que el ángel iba a decir algo más, Juan levantó la mano y lo paró, y agregó:

- De todos modos, dejame decirte algo; no considero que las separaciones hayan sido fracasos. Las separaciones fueron en todo caso, una forma saludable de seguir viviendo ¿Para qué enfermarse, no?

- La verdad que sí- respondió el ángel-. Da gusto escucharte. Ojala todos mis clientes fueran así.

- Gracias….

- Sos un lindo muchacho.

Le dijo el ángel, tocándole la cara. Eso a Mariana no le gustó:

- ¡Bueno, bueno! ¡Lo único que falta es que se enamoren entre ustedes!

- No, no. Soy bien hombre.

- Yo soy casi un hombre. Soy un hombre con alas.

Bromeó el ángel.

- Algo así como un súper heroe.

Acotó Juan.

- O una toallita femenina.

Mariana volvió a interrumpir, sintiendo que todo se le iba de las manos.

- ¡Bueno che! ¿Podemos seguir? Porque esto ya me esta impacientando.

- Sí, tranquila, tranquila- le dijo el ángel a Mariana. Luego miró a Juan y casi en secreto se compadeció-. Uy, que regalito que te llevás, nene…

- ¿Perdón?

Preguntó Mariana, creyendo haber oído lo que oyó.

- ¿Eh? No, nada, nada… Sigamos: ¿Qué expectativas ponen en la pareja?

Mariana y Juan contestaron. Con algunas diferencias, solucionables según el ángel, pero contestaron. Coincidieron en algunas otras. Preguntas, y cuando se quisieron dar cuanta, ya habían respondido todo el cuestionario. De manera que lo único que faltaba, eran las gotitas en la bebida, un procedimiento más, y un trámite sencillo, burocrático, para dejar asentado el enamoramiento.

- Perfecto- dijo el ángel-. El cuestionario ya está. Ahora lo único que falta son las gotitas en la bebida, y una cosita más.

- ¡Ay, que bueno! Esto me entusiasma.

Dijo Mariana, que a diferencia de Juan, no le había llamado la atención eso de “una cosita más”.

- ¿Cómo “una cosita más”? ¿No era que quedaban solamente las gotas?

- Sí. Sí. Pero como veo que la relación está un poquito tirante. Reforzamos con otro ingrediente.

- Lo que sea. Yo estoy dispuesta.

- Mientras no duela.

- No. No. Para nada. Ni lo van a sentir.

El ángel tomó de su bolso un frasco pequeño, como de remedio, y una bolsita con lo que parecían pastillas.

- Bueno, llegó la hora de celebrar el amor.

- ¡Que emocionante!

El ángel abre el frasco, tira dos píldoras en cada copa de vino, vierte también unas gotitas, y reza en silencio, elevando las copas al cielo. Luego, le da una copa a cada uno. Mariana la toma como si fuese la última gota de líquido que bebe en días. Juan Cruz la toma con un poco más de miedo, con algo de recelo.

- Espero que no duela. Y que no tenga feo gusto.

Ruega. Mariana lo reniega:

- Crecé, parecés un nene de cinco años.

Juan mira a Mariana, que después de regañarlo, se bebió el vino con devoción. Luego lo mira al ángel. Duda, piensa. Se da cuenta de que el miedo de que eso sea una broma o un asalto se había borrado de su mente. Por alguna razón sentía que lo que estaba sucediendo era real. Pero ese era el problema. No estaba del todo seguro de si quería enamorarse.

Mariana le gustaba, le parecía simpática, linda, agradable. Pero también era verdad que la había llevado a su casa porque quería acostarse con ella, sin intenciones de enamorarse y comenzar una relación seria esa misma noche. Por eso dudaba. Pensaba en todo lo que perdería, o debería cambiar al embarcarse en una pareja. No supo que hacer. El carácter que Mariana había mostrado esa noche, también sumaba nubes a su duda.

Por fin se decidió. Se dijo que si era necesario enamorarse, iba a hacerlo. Después de todo, si ella había pedido un amor, y Dios, o Cupido, o quien sea que manejara esas cosas, lo había elegido a él, era porque así debía ser.

Se sintió pleno, grande. Sintió que todas las canciones románticas y de letra simple que pasaban en la radio, o escuchaba en su adolescencia, ahora tenían sentido. “Los Backstreet Boys nos decían la verdad”, pensó, y se bebió la copa de vino de un solo trago.

- Perfecto- dijo el ángel-. En unas dos horas, dos horas y media, les va a hacer efecto. Se van a sentir un poco mareados. Por ahí con ganas de ir al baño. Pero van a estar más enamorados que nunca.

- ¡Estupendo! ¡Que contenta que estoy!

Dijo ella parándose. Casi dando un saltito.

Juan Movía su lengua y sus labios como si estuviera rumiando. Le había quedado un gusto raro en la boca.

- Me quedó feo gusto ¿Es normal?

- Sí. No pasa nada. Es normal. Enjuagate con un poco de agua y se te va a ir.

Lo tranquilizó el ángel, mientras juntaba sus pertenencias y se disponía a marchar.

- ¿Qué importa el feo gusto? El sabor amargo del primer trago, es la dulzura que nos embriagará más tarde.

- Evidentemente se tragó un libro de poesías baratas.

Ironizó Juan, refiriéndose a las palabras románticas de su enamorada. El ángel se rió de la ocurrencia, y les pidió que no discutan. Y les dijo que para amarse y estar en pareja no era necesario estar de acuerdo en todo.

- No, claro que no.

El ángel terminó de juntar sus cosas, y se puso de pie.

- Bueno. Me voy yendo.

- Que pena.

Se lamentó Mariana, que aun tenía la copa en la mano y jugaba con ella, posiblemente sin darse cuenta. Juan también lamentó la partida del ángel que los había enamorado. El ángel que, después de todo, les había hecho el favor más grande de sus vidas.

- Cuando gustes podés pasar a visitarnos.

- Gracias Juan. Lo voy a tener en cuenta.

Comenzaron a caminar hacia la puerta, prometiéndose que volverían a verse, que tomarían algo, y que si no era molestia, ellos recomendarían los servicios de este celestino con sus amigos y compañeros de trabajo. Cuando de pronto, el ángel cayó en la cuenta de que se había olvidado algo. Se había olvidado anotar sus datos, hacer el rutinario relleno de planilla.

- Dios es muy estricto con eso. Si me olvido de llenarlo, me hace volver a pedir los datos…

- Yo no haría enojar a Dios- dijo bromeando Juan-, no quisiera una plaga de langostas en mi casa.

- Yo tampoco quiero verlo enojado. Es temerario… Bueno, a ver… ¿Hoy es… 16 de marzo?

- No. 17.

- ¿17? Estaba seguro de que era 16. Bueno. No importa.

- No. No, es 17. Lo sé porque todos los 17 le voy a cobrar la jubilación a mi abuela.

- Si la abuela lo dice, será 17 entonces… Nombre completo.

- Mariana…

- Mariana Domenni.

- Exacto.

Aseguró Mariana. El ángel siguió con Juan.

- Vos… Juan Pablo…

Juan Cruz lo interrumpe.

- No, Juan Cruz. Juan Cruz Ferro.

- ¿Seguro? Acá me consta Juan Pablo, Juan Pablo Gersberg.

- Sí, seguro. Es mi nombre. Sé como me llamo.

Dijo riendo Juan Cruz, que no era Juan Pablo, claramente. La que no rió fue Mariana, que al escuchar el nombre Juan Pablo Gersberg, se paralizó, quedó aterrorizada.

- Perdón ¿Cómo Juan Pablo?

- Sí- afirmó el ángel, mostrándole la planilla con los datos-. Acá dice: “Creación de vínculo amoroso entra la señorita Mariana Domenni y el señor Juan Pablo Gersberg”.

- ¡Pero Juan Pablo Gersberg es mi compañero de trabajo! ¡Con el cené ayer!

- ¿Ayer cenaste con otro?

- ¡Es un compañero de trabajo! ¡Un amigo! ¡No pasa nada!

- ¡Uy que cagadón que me mandé!

Dijo el ángel, juntando rápido todo lo que había sacado de su bolso. En tanto que Juan y Mariana seguían discutiendo:

- ¿Cómo que te andás viendo con otros?

- No me veo con otros. Él es un amigo. Un compañero de trabajo.

El ángel aprovecha la distracción para huir sigilosamente hacia la puerta. Juan empezaba a elevar la voz:

- ¡O sea que yo soy un segundo premio! ¡Un premio consuelo! ¡Tu verdadero amor es tu compañerito!

- ¡Es una buena persona! ¡Y no me gusta!

- Pero te tenías que enamorar de él.

- No lo sé. Yo estoy tan aturdida como vos.

Juan advirtió que el ángel intentaba a huir, y tomándolo con vehemencia de una de sus alas, le preguntó a dónde pensaba ir:

- ¿A dónde vas, gordo? Solucionanos esto. Vos lo causaste.

- No puedo. Ya están enamorados. Ahora se tienen que hacer cargo. Cuando el amor llega, ya no hay retorno. Es como la muerte.

- Me voy a vomitar al baño, a ver si zafo.

Gritó Juan, mientras se metía la mano en la boca y corría hacia el baño.

- No, Juan, no…

Mariana salió como un rayo detrás de él. El ángel, aprovechó el momento, y dejó el departamento por la puerta, corriendo, casi volando.

FIN