El tano llegó al kiosco y los pibes estaban ahí. Lo consoló comprobar que estaban.
- Que cara, tano ¿Qué te pasó? ¿Descubriste que el Tuta se coje a tu vieja?
Tuta se rió pero no dijo nada.
- No me jodas, negro. Que no estoy de humor.
- Pero ¿Qué pasó? ¿Algo grave?
Se preocupó el negro. No le gustó nada la cara del tano.
- No… Bueno, sí. Pero no importa.
- ¿Cómo qué no importa, pelotudo? No hagás eso que parecés mi jermu. Pone cara de culo y dice que no le pasa nada. Le tengo que sacar la información jugando al verdadero o falso.
- Al verdadero o falso.
Apoyó Tuta. Que se acercaba al mostrador y le pedía al Goya un sándwich de milanesa.
- Ya te lo caliento.
Le dijo el Goya.
- Lo que pasa es que me crucé a la rubia. Claudia…
Empezó su relato el tano, mientras se sentaba en un cajón de Quilmes vacío.
- ¿Y?
- Que me la cruce. Vos sabés que hace meses que me la quiero encarar.
- Pará- interrumpió el negro-, ¿qué rubia?
- La rubia. La flaca alta que pasea el perro.
- ¿La del Chihuahua?
- La del Chihuahua
Aclaró el tano. Con pesar, como si hablase de la reciente muerte de un familiar cercano.
- ¿Y qué pasó?
Preguntó el negro.
- Nada…
- ¿Cómo nada, pelotudo? No empecés que te cago a trompadas.
- No. Nada. Que la veo venir… yo estaba en la terraza. Tomando un poquito de aire. Mirando para abajo, viste. Me sentía un poquito mal de la panza.
- ¿Ahora?
- Recién. Hará dos horas… Bueno. La veo venir. Por la calle de casa. Digo, ésta se va para la plaza. Venía con el perro ¿viste?
- Y la encaraste.
- La encaré. Pero no ahí… Pará. Agarro al Pitufo…
- ¡No me digas que el Pitufo se cogió al chihuahua!
Lo interrumpió el negro.
- No gil. El Pitufo es un santo. De la calle pero bueno. Es un caballero…
- Y bueno… Pero ¿qué pasó?
- Lo agarro al Pitufo… ¡Vamos para la calle le digo! Empezó a mover la colita. Contento.
- ¡No me digas que al Pitufo le pasó algo!
Volvió a interrumpir el negro.
- No. No. Que la boca se te haga a un lado.
- Ah, me quedo más tranquilo.
- No. Tranquilo… Pitufo está bien… Bueno. Lo agarro al Pitufo. Vamos a la calle le digo. Salimos. Encaramos para la plaza…
En eso Tuta salió del kiosco con el sándwich de milanesa en la mano.
- No me digas que le pasó algo al Pitufo.
Dijo asustado. Impresionado.
- ¡Callate la boca!
Le dijo el negro.
- No, Tuta. El Pitufo está bien.
- ¡Ah!
Se tranquilizó el Tuta. Dando un bocado increíble a la milanesa que chorreaba mayonesa y salsa golf por los costados.
- Bueno. Sigo- dijo el tano. Y siguió-: La veo venir…
- Es un minón esa.
Dijo el Tuta.
- Un minón- aclaró el tano-. Tremenda. Viste lo que es; alta, buen lomo...
- Flaquita pero armada.
- Sí. otro nivel. De guita. Bien alimentada.
- Una cheta de Belgrano pero de este barrio.
- Buena mina- aclaró el tano-. Parece amarga pero no lo es. De buena familia. De guita pero humilde. No se la cree.
- Eso es impagable tano.
- Impagable… Un minón, negro. Un minón… Bueno. Salgo con el Pitufo. Me mando para la plaza y la veo. Ahí estaba. El pelo rubio le brillaba al sol. Parecía una modelo.
- ¿No es modelo esa mina?
Preguntó Tuta.
- No. La hubiéramos visto en la tele. O en alguna revista.
Aclaró el negro.
- Por ahí es modelo pero no sale en la tele… ¿Por qué tiene que salir en la tele?
- Porque las modelos salen en la tele, Tuta.
- ¡Por ahí ésta no!
- Bueno, che. No importa.
Intervino el tano, poniendo paños fríos.
- Es que no todas las modelos son famosas.
- Ya lo sé, Tuta. Hay modelos que incluso no están buenas.
- Eso es verdad. No todas las modelos están buenas.
Admitió el negro. Mientras que con un gesto le pedía un pedazo de milanesa a Tuta. Tuta, por supuesto, se lo dio.
- Bueno. Sigo: Me voy a
- Un minón.
- Un minón.
- ¿Y cómo te encarás un minón?
- Con guita.
Dijo el negro.
- No negro. Con humor- respondió el tano-. Con humor. Así que ahí estaba yo. Digo. No me voy a acercar yo solo. Para eso está el Pitufo.
- ¡Ahí va, papá!
Se entusiasmó el negro.
- Lo mando al Pitufo que se acerque a olerle el culo al Chihuahua y me acerco yo.
- ¡Vamos Pitufo carajo!
- Podés creer que el hijo de puta no se acercaba. Olía los arbustos. Meaba como nunca. Digo, perro de mierda, hoy no comés ni las sobras.
- Que cagón el Pitufo.
- No es cagón. Estaba en la suya.
- Eso puede ser.
- Así que me digo; “¿Sos hombre o no sos hombre? Encará con lo que tenés, hermano”. Y ahí me mando. Creativo. Ingenioso. Aprovechando lo poco que tengo. Construyo desde la nada. Le digo; “¿vos sabés que tengo el perro más antisocial del barrio?”
- ¿Así, de una?
- De una.
- ¿Y la mina qué te dijo?
- Se cagó de risa. Y yo aproveché la risa para meter el segundo golpe. El remate: “Te juro- le digo- hace diez minutos que le estoy diciendo, Pitufo, acercate al Chihuahua, acercate al Chihuahua”.
- ¡Bien ahí! ¡Un derechazo a la mandibula!
- Monzón, papá. Monzón.
- Gran frase. Histórica.
- De las mejores que se me ocurrió, Tuta. De las mejores.
El Tuta ya se había sentado en un banquito, frente al tano.
- Es que después de una frase así, si la mina sigue hablando, es porque quiere algo. Sino, te corta el mambo de una.
- Por ahí se rió por cortesía, Tano.
- No, señor, una mina de ese pedigrí si te tiene que cortar menos diez te corta. Sabe con lo que cuenta. Sabe que vale.
- Eso es verdad, negro. Tuta tiene razón.
- No coincido. Ésta es buena mina. No es una cheta de Belgrano. Una cheta sí te corta menos diez. Ésta es más nosotros. Más de barrio.
- No sé, negro. No sé. Es un minón y lo sabe.
- Bueno, no importa. Seguí contando.
Pidió el negro.
- ¿Querés milanga?
Le ofreció Tuta.
- No Tuta. Justo ahora no. Después de esto…
Ni Tuta ni el negro entendieron el por qué del rechazo del tano. Quien aun no se animó a confesar nada. Es que, ciertamente, lo que le había pasado era algo difícil de confesar.
- Sigo- anunció el tano-: La mina se cagó de risa. Y como decís vos, Tuta, si no me sacó cagando es porque picó.
- Picó.
- Nos ponemos a charlar: Que de dónde sos. Que vivo acá a la vuelta. Que yo te tengo visto. Que esto, que el otro. Que qué hacés… Me contesta, y ahí nomás arranco: “¿Vamos a tomar algo?”.
- ¿Ahora?... Digo ¿Ahí, en ese momento?
Se sorprendió el negro.
- Si, ahí. La mina se sorprendió como vos. “¿Ahora?” me dice. “Sí, no hay que dejar pasar las oportunidades”.
- ¡Otro derechazo! ¡Afilado estabas! ¡Pum! ¡Pam! Tres jugadas y gol.
El negro, entusiasmado, pasó de las analogías boxísticas, a las futbolísticas. Las más útiles en la vida.
- Un golazo. Porque la mina la pensó un rato… Bah, un rato. Unos segundos. Pero para mí fue un siglo. Y levanta la cabeza y me dice: “Bueno”.
- ¿Bueno?
Se desilusionó el negro.
- Sí. “Bueno”.
Aclaró el tano. Imitando el tono que usó la rubia.
- ¿No te dijo “Sí”?
- No, dijo “Bueno”.
- No es lo mismo. El “sí” es más convencido. El “Bueno” es “Vamos a ver que pasa”.
- ¡No hinchés las pelotas, negro!
- Lo paró en seco el tano.
- No hincho las pelotas. Opino, hermano.
- Pero si la mina accede a ir a tomar algo, da lo mismo el “Sí” o el “Bueno”.
- ¡No da lo mismo!
- ¡Da lo mismo!
Se impuso Tuta.
- Da lo mismo, negro. La mina accedió. “¿A dónde vamos?” me dice.
- ¡No da lo mismo!
- Da lo mismo.
- Bueh.
Se bufó el negro.
- “¿A dónde vamos?” me dice.
El tano repitió la frase.
- ¡A un telo!
- ¡A coger!
Dijeron casi al unísono el negro y Tuta. El tano se rió.
- No. Ojala. Arrancamos para el bar de Constituyentes. El que está en la esquina de Los Incas.
- Lindo lugar.
- Humilde, negro. Pero cálido.
- Lindo lugar.
- Y bueno. Charla va, charla viene. Nos sentamos. Ella se pidió una Coca. Yo no me iba a pedir una cerveza. No quedaba bien a esa hora. Además me sentía mal.
- ¿Y por qué no pediste un te de hierbas?
Acotó Tuta. De cuyas manos, el sándwich había desaparecido como por arte de de magia.
- No podés pedir té de hierbas en una primera cita.
Afirmó el negro.
- ¿Por qué? Si te sentís mal.
- Es de putos, tano. Es de putos.
- ¡Uhh, sos un cerrado, negro! ¡Son un cuadrado!
Se calentó Tuta.
- ¡Voy con la posta, Tuta! ¡Yo no vendo humo!
- ¡Sos un adoquín! ¡Vos te la debés comer, por eso tanto prejuicio!
- ¡Bueno, no importa viejo! ¡Escuchen que sigo!- Ambos se callaron-: Me pido un café.
- Lo peor para el estómago.
Aportó Tuta. Como si fuese un médico columnista de un programa de radio.
- ¡Como sabés de tesitos vos, eh!
Le gastó el negro. Tuta reconoció que con esa frase, su amigo le bajó las cartas con una “flor” rotunda y poderosa. Y por eso no dijo nada.
- Y bueno. Seguimos charlando- prosiguió el tano-, profundizamos. Le dije que le iba a prestar un libro que me dijo que hacía rato quería leer.
- La del libro funciona siempre.
- Y, hay que mostrar un poco de todo.
- ¡Exacto!
- Y bueno. En eso estaba, cuando de repente- el tano frenó su relato dos segundos, y pensó bien lo que iba a decir-… ¿Viste cuando un retorcijón mezclado con escalofrío te sube desde la panza por la espalda?
- Uhhh…
- El café.
Sentenció Tuta.
- El café. Y toda la mierda que comí anoche mirando a River.
- ¿Qué hiciste?
- Dije; “Ya para. Ya para”.
- ¿Y paró?
- Sí…
- Menos mal- lo interrumpió Tuta-. Porque en ese estado ya estás afuera.
- Claramente. No podés pensar con claridad.
- Estás entregado.
- Entregado… Seguimos charlando. Y a los dos minutos, de nuevo: Hiroshima, hermano ¡Pum! ¡Pam! Se me retorcían los intestinos como un trapo. “Voy al baño”, le digo. Y fui. Llego al baño. Cerrado.
- ¡No!
- ¡Jodeme!
- ¡Al de minas, de una!
- Eso pensé yo. Pero primero tenía que preguntar. Por ahí lo abrían: “Maestro ¿No se puede habilitar el baño?” “No, pibe”, me dice el mozo, “se tapó la cloaca”…
- ¡Uhhhh!
- Temblé, muchachos. Tem-blé.
Separó la palabra en sílabas, con parquedad, el tano.
- ¿Y el de mujeres?
El tano negó con la cabeza. En silencio. Suspirando.
- No me digas.
El tanto volvió a decir sin hablar: ahora afirmó con la cabeza. Pero manteniendo el gesto con la cara, y suspirando. De pronto, habló:
- Me cagué, muchachos. Me cagué encima.
Se hizo un silencio incrédulo. Sus amigos quedaron petrificados con una sonrisa ingenua en la boca.
- ¿Cómo que te cagaste?
- ¡Me cagué, boludo! ¡Se me escapó un pedo y solté de más!
- Es un chiste.
Afirmó más que preguntando el negro.
- No negro. Es verdad.
- ¿Ahí, en el lugar?
- Caminando. Mientras volvía a la mesa.
- ¿En la mesa?
- Casi.
- ¿Vos me estás cargando?
Tuta estaba atónito.
- No, negro. Se me escapó…
- Pero ¿Cómo?
- No sé. Estaba mal.
- ¡Pero no tenés dos años, tano!- El negro se puso más serio que nunca-. Yo no lo puedo creer.
- Yo tampoco, negro.
- ¿Y la mina?
Tuta seguía paralizado.
- Y la mina, ahí.
- ¿Pero escuchó algo?
- No lo sé.
- ¿Y qué hiciste?
- Nada. Me quedé ahí. Tampoco podía irme. Con tremenda mina.
- Le decías que te sentías mal.
Por fin, abrió la boca Tuta.
- No. Porque mirá si yo me iba y ella se quedaba sentada. Por ahí me miraba de atrás y notaba algo.
- Ah, o sea que fue grande la cosa.
- Grande. Líquida.
- ¡Que mala leche!
El negro pensó en decir “que mierda”, pero no le pareció correcto bromear.
- Y no me digas que te quedaste ahí.
- Y sí. Cerca del medio día. En cualquier momento la mina me decía que se tenía que ir a comer…
- O pedía algo de comer ahí.
- Bueno. Sí…
Aceptó el tano.
- ¡No me digas que pidió algo para comer!
- ¡No! ¡Gracias a Dios, no!
- ¿Y entonces?
- Peor.
- ¿Cómo peor?
- Claro. Antes de cagarme yo había empezado a apurar: Que me parcés muy linda. Que tus piernas. Que esto. Lo otro.
- ¿Y eso qué tiene de malo?
- Que la mina me dice: “Che, acá anda toda la gente del barrio ¿Por qué no seguimos charlando en otro lado?”
- ¿Y? ¡Esa era la tuya! Encarabas para tu casa. Te metías en el baño, y listo. Borrabas la evidencia.
- No, hermano. En un momento así sentís que el olor te persigue. Por más que sea un sentimiento exagerado.
- ¿Y?
- Además en mi casa está mi vieja.
- Uhhh ¿Y por qué no iban a la casa de la mina?
- Eso es lo que me dijo. “Si querés vamos a mi casa”, me dijo.
- ¿Y?
- Le dije que no.
- ¿Cómo que le dijiste que no?
- ¡Le dije que no!
- ¿Pero sos boludo vos?
- ¡No, negro! ¡Porque me cagué pero los retorcijones seguían! ¡No voy a ir a lo de la mina a usarle el baño!
- ¿Y la mina qué dijo?
- Nada ¿Qué va a decir?
- Le dije que tenía que esperar a alguien. Que tenía una reunión.
- Y arreglaron para otro día.
Afirmó sin saber Tuta, esperanzado en la consumación sexual de su amigo.
- No.
- ¿Cómo que no?
- No, Tuta. No arreglamos nada. Me dijo; “que lástima, estaba linda la charla”. Y se fue. “Me tengo que ir- dejó picando-. Acá hay mucha gente”.
- ¿Le pediste el teléfono?
- No.
- ¿Le diste el tuyo?
- No me dio tiempo.
- ¿Y ahora?
- Y ahora. Ahora voy a comer más sano. Y si la veo desde la terraza me mando con el perro.