miércoles, 31 de agosto de 2011

Un suceso bochornoso (Cuento)

El tano llegó al kiosco y los pibes estaban ahí. Lo consoló comprobar que estaban.

- Que cara, tano ¿Qué te pasó? ¿Descubriste que el Tuta se coje a tu vieja?

Tuta se rió pero no dijo nada.

- No me jodas, negro. Que no estoy de humor.

- Pero ¿Qué pasó? ¿Algo grave?

Se preocupó el negro. No le gustó nada la cara del tano.

- No… Bueno, sí. Pero no importa.

- ¿Cómo qué no importa, pelotudo? No hagás eso que parecés mi jermu. Pone cara de culo y dice que no le pasa nada. Le tengo que sacar la información jugando al verdadero o falso.

- Al verdadero o falso.

Apoyó Tuta. Que se acercaba al mostrador y le pedía al Goya un sándwich de milanesa.

- Ya te lo caliento.

Le dijo el Goya.

- Lo que pasa es que me crucé a la rubia. Claudia…

Empezó su relato el tano, mientras se sentaba en un cajón de Quilmes vacío.

- ¿Y?

- Que me la cruce. Vos sabés que hace meses que me la quiero encarar.

- Pará- interrumpió el negro-, ¿qué rubia?

- La rubia. La flaca alta que pasea el perro.

- ¿La del Chihuahua?

- La del Chihuahua

Aclaró el tano. Con pesar, como si hablase de la reciente muerte de un familiar cercano.

- ¿Y qué pasó?

Preguntó el negro.

- Nada…

- ¿Cómo nada, pelotudo? No empecés que te cago a trompadas.

- No. Nada. Que la veo venir… yo estaba en la terraza. Tomando un poquito de aire. Mirando para abajo, viste. Me sentía un poquito mal de la panza.

- ¿Ahora?

- Recién. Hará dos horas… Bueno. La veo venir. Por la calle de casa. Digo, ésta se va para la plaza. Venía con el perro ¿viste?

- Y la encaraste.

- La encaré. Pero no ahí… Pará. Agarro al Pitufo…

- ¡No me digas que el Pitufo se cogió al chihuahua!

Lo interrumpió el negro.

- No gil. El Pitufo es un santo. De la calle pero bueno. Es un caballero…

- Y bueno… Pero ¿qué pasó?

- Lo agarro al Pitufo… ¡Vamos para la calle le digo! Empezó a mover la colita. Contento.

- ¡No me digas que al Pitufo le pasó algo!

Volvió a interrumpir el negro.

- No. No. Que la boca se te haga a un lado.

- Ah, me quedo más tranquilo.

- No. Tranquilo… Pitufo está bien… Bueno. Lo agarro al Pitufo. Vamos a la calle le digo. Salimos. Encaramos para la plaza…

En eso Tuta salió del kiosco con el sándwich de milanesa en la mano.

- No me digas que le pasó algo al Pitufo.

Dijo asustado. Impresionado.

- ¡Callate la boca!

Le dijo el negro.

- No, Tuta. El Pitufo está bien.

- ¡Ah!

Se tranquilizó el Tuta. Dando un bocado increíble a la milanesa que chorreaba mayonesa y salsa golf por los costados.

- Bueno. Sigo- dijo el tano. Y siguió-: La veo venir…

- Es un minón esa.

Dijo el Tuta.

- Un minón- aclaró el tano-. Tremenda. Viste lo que es; alta, buen lomo...

- Flaquita pero armada.

- Sí. otro nivel. De guita. Bien alimentada.

- Una cheta de Belgrano pero de este barrio.

- Buena mina- aclaró el tano-. Parece amarga pero no lo es. De buena familia. De guita pero humilde. No se la cree.

- Eso es impagable tano.

- Impagable… Un minón, negro. Un minón… Bueno. Salgo con el Pitufo. Me mando para la plaza y la veo. Ahí estaba. El pelo rubio le brillaba al sol. Parecía una modelo.

- ¿No es modelo esa mina?

Preguntó Tuta.

- No. La hubiéramos visto en la tele. O en alguna revista.

Aclaró el negro.

- Por ahí es modelo pero no sale en la tele… ¿Por qué tiene que salir en la tele?

- Porque las modelos salen en la tele, Tuta.

- ¡Por ahí ésta no!

- Bueno, che. No importa.

Intervino el tano, poniendo paños fríos.

- Es que no todas las modelos son famosas.

- Ya lo sé, Tuta. Hay modelos que incluso no están buenas.

- Eso es verdad. No todas las modelos están buenas.

Admitió el negro. Mientras que con un gesto le pedía un pedazo de milanesa a Tuta. Tuta, por supuesto, se lo dio.

- Bueno. Sigo: Me voy a la Plaza y la veo. Hermosa hermano. Hermosa.

- Un minón.

- Un minón.

- ¿Y cómo te encarás un minón?

- Con guita.

Dijo el negro.

- No negro. Con humor- respondió el tano-. Con humor. Así que ahí estaba yo. Digo. No me voy a acercar yo solo. Para eso está el Pitufo.

- ¡Ahí va, papá!

Se entusiasmó el negro.

- Lo mando al Pitufo que se acerque a olerle el culo al Chihuahua y me acerco yo.

- ¡Vamos Pitufo carajo!

- Podés creer que el hijo de puta no se acercaba. Olía los arbustos. Meaba como nunca. Digo, perro de mierda, hoy no comés ni las sobras.

- Que cagón el Pitufo.

- No es cagón. Estaba en la suya.

- Eso puede ser.

- Así que me digo; “¿Sos hombre o no sos hombre? Encará con lo que tenés, hermano”. Y ahí me mando. Creativo. Ingenioso. Aprovechando lo poco que tengo. Construyo desde la nada. Le digo; “¿vos sabés que tengo el perro más antisocial del barrio?”

- ¿Así, de una?

- De una.

- ¿Y la mina qué te dijo?

- Se cagó de risa. Y yo aproveché la risa para meter el segundo golpe. El remate: “Te juro- le digo- hace diez minutos que le estoy diciendo, Pitufo, acercate al Chihuahua, acercate al Chihuahua”.

- ¡Bien ahí! ¡Un derechazo a la mandibula!

- Monzón, papá. Monzón.

- Gran frase. Histórica.

- De las mejores que se me ocurrió, Tuta. De las mejores.

El Tuta ya se había sentado en un banquito, frente al tano.

- Es que después de una frase así, si la mina sigue hablando, es porque quiere algo. Sino, te corta el mambo de una.

- Por ahí se rió por cortesía, Tano.

- No, señor, una mina de ese pedigrí si te tiene que cortar menos diez te corta. Sabe con lo que cuenta. Sabe que vale.

- Eso es verdad, negro. Tuta tiene razón.

- No coincido. Ésta es buena mina. No es una cheta de Belgrano. Una cheta sí te corta menos diez. Ésta es más nosotros. Más de barrio.

- No sé, negro. No sé. Es un minón y lo sabe.

- Bueno, no importa. Seguí contando.

Pidió el negro.

- ¿Querés milanga?

Le ofreció Tuta.

- No Tuta. Justo ahora no. Después de esto…

Ni Tuta ni el negro entendieron el por qué del rechazo del tano. Quien aun no se animó a confesar nada. Es que, ciertamente, lo que le había pasado era algo difícil de confesar.

- Sigo- anunció el tano-: La mina se cagó de risa. Y como decís vos, Tuta, si no me sacó cagando es porque picó.

- Picó.

- Nos ponemos a charlar: Que de dónde sos. Que vivo acá a la vuelta. Que yo te tengo visto. Que esto, que el otro. Que qué hacés… Me contesta, y ahí nomás arranco: “¿Vamos a tomar algo?”.

- ¿Ahora?... Digo ¿Ahí, en ese momento?

Se sorprendió el negro.

- Si, ahí. La mina se sorprendió como vos. “¿Ahora?” me dice. “Sí, no hay que dejar pasar las oportunidades”.

- ¡Otro derechazo! ¡Afilado estabas! ¡Pum! ¡Pam! Tres jugadas y gol.

El negro, entusiasmado, pasó de las analogías boxísticas, a las futbolísticas. Las más útiles en la vida.

- Un golazo. Porque la mina la pensó un rato… Bah, un rato. Unos segundos. Pero para mí fue un siglo. Y levanta la cabeza y me dice: “Bueno”.

- ¿Bueno?

Se desilusionó el negro.

- Sí. “Bueno”.

Aclaró el tano. Imitando el tono que usó la rubia.

- ¿No te dijo “Sí”?

- No, dijo “Bueno”.

- No es lo mismo. El “sí” es más convencido. El “Bueno” es “Vamos a ver que pasa”.

- ¡No hinchés las pelotas, negro!

- Lo paró en seco el tano.

- No hincho las pelotas. Opino, hermano.

- Pero si la mina accede a ir a tomar algo, da lo mismo el “Sí” o el “Bueno”.

- ¡No da lo mismo!

- ¡Da lo mismo!

Se impuso Tuta.

- Da lo mismo, negro. La mina accedió. “¿A dónde vamos?” me dice.

- ¡No da lo mismo!

- Da lo mismo.

- Bueh.

Se bufó el negro.

- “¿A dónde vamos?” me dice.

El tano repitió la frase.

- ¡A un telo!

- ¡A coger!

Dijeron casi al unísono el negro y Tuta. El tano se rió.

- No. Ojala. Arrancamos para el bar de Constituyentes. El que está en la esquina de Los Incas.

- Lindo lugar.

- Humilde, negro. Pero cálido.

- Lindo lugar.

- Y bueno. Charla va, charla viene. Nos sentamos. Ella se pidió una Coca. Yo no me iba a pedir una cerveza. No quedaba bien a esa hora. Además me sentía mal.

- ¿Y por qué no pediste un te de hierbas?

Acotó Tuta. De cuyas manos, el sándwich había desaparecido como por arte de de magia.

- No podés pedir té de hierbas en una primera cita.

Afirmó el negro.

- ¿Por qué? Si te sentís mal.

- Es de putos, tano. Es de putos.

- ¡Uhh, sos un cerrado, negro! ¡Son un cuadrado!

Se calentó Tuta.

- ¡Voy con la posta, Tuta! ¡Yo no vendo humo!

- ¡Sos un adoquín! ¡Vos te la debés comer, por eso tanto prejuicio!

- ¡Bueno, no importa viejo! ¡Escuchen que sigo!- Ambos se callaron-: Me pido un café.

- Lo peor para el estómago.

Aportó Tuta. Como si fuese un médico columnista de un programa de radio.

- ¡Como sabés de tesitos vos, eh!

Le gastó el negro. Tuta reconoció que con esa frase, su amigo le bajó las cartas con una “flor” rotunda y poderosa. Y por eso no dijo nada.

- Y bueno. Seguimos charlando- prosiguió el tano-, profundizamos. Le dije que le iba a prestar un libro que me dijo que hacía rato quería leer.

- La del libro funciona siempre.

- Y, hay que mostrar un poco de todo.

- ¡Exacto!

- Y bueno. En eso estaba, cuando de repente- el tano frenó su relato dos segundos, y pensó bien lo que iba a decir-… ¿Viste cuando un retorcijón mezclado con escalofrío te sube desde la panza por la espalda?

- Uhhh…

- El café.

Sentenció Tuta.

- El café. Y toda la mierda que comí anoche mirando a River.

- ¿Qué hiciste?

- Dije; “Ya para. Ya para”.

- ¿Y paró?

- Sí…

- Menos mal- lo interrumpió Tuta-. Porque en ese estado ya estás afuera.

- Claramente. No podés pensar con claridad.

- Estás entregado.

- Entregado… Seguimos charlando. Y a los dos minutos, de nuevo: Hiroshima, hermano ¡Pum! ¡Pam! Se me retorcían los intestinos como un trapo. “Voy al baño”, le digo. Y fui. Llego al baño. Cerrado.

- ¡No!

- ¡Jodeme!

- ¡Al de minas, de una!

- Eso pensé yo. Pero primero tenía que preguntar. Por ahí lo abrían: “Maestro ¿No se puede habilitar el baño?” “No, pibe”, me dice el mozo, “se tapó la cloaca”…

- ¡Uhhhh!

- Temblé, muchachos. Tem-blé.

Separó la palabra en sílabas, con parquedad, el tano.

- ¿Y el de mujeres?

El tano negó con la cabeza. En silencio. Suspirando.

- No me digas.

El tanto volvió a decir sin hablar: ahora afirmó con la cabeza. Pero manteniendo el gesto con la cara, y suspirando. De pronto, habló:

- Me cagué, muchachos. Me cagué encima.

Se hizo un silencio incrédulo. Sus amigos quedaron petrificados con una sonrisa ingenua en la boca.

- ¿Cómo que te cagaste?

- ¡Me cagué, boludo! ¡Se me escapó un pedo y solté de más!

- Es un chiste.

Afirmó más que preguntando el negro.

- No negro. Es verdad.

- ¿Ahí, en el lugar?

- Caminando. Mientras volvía a la mesa.

- ¿En la mesa?

- Casi.

- ¿Vos me estás cargando?

Tuta estaba atónito.

- No, negro. Se me escapó…

- Pero ¿Cómo?

- No sé. Estaba mal.

- ¡Pero no tenés dos años, tano!- El negro se puso más serio que nunca-. Yo no lo puedo creer.

- Yo tampoco, negro.

- ¿Y la mina?

Tuta seguía paralizado.

- Y la mina, ahí.

- ¿Pero escuchó algo?

- No lo sé.

- ¿Y qué hiciste?

- Nada. Me quedé ahí. Tampoco podía irme. Con tremenda mina.

- Le decías que te sentías mal.

Por fin, abrió la boca Tuta.

- No. Porque mirá si yo me iba y ella se quedaba sentada. Por ahí me miraba de atrás y notaba algo.

- Ah, o sea que fue grande la cosa.

- Grande. Líquida.

- ¡Que mala leche!

El negro pensó en decir “que mierda”, pero no le pareció correcto bromear.

- Y no me digas que te quedaste ahí.

- Y sí. Cerca del medio día. En cualquier momento la mina me decía que se tenía que ir a comer…

- O pedía algo de comer ahí.

- Bueno. Sí…

Aceptó el tano.

- ¡No me digas que pidió algo para comer!

- ¡No! ¡Gracias a Dios, no!

- ¿Y entonces?

- Peor.

- ¿Cómo peor?

- Claro. Antes de cagarme yo había empezado a apurar: Que me parcés muy linda. Que tus piernas. Que esto. Lo otro.

- ¿Y eso qué tiene de malo?

- Que la mina me dice: “Che, acá anda toda la gente del barrio ¿Por qué no seguimos charlando en otro lado?”

- ¿Y? ¡Esa era la tuya! Encarabas para tu casa. Te metías en el baño, y listo. Borrabas la evidencia.

- No, hermano. En un momento así sentís que el olor te persigue. Por más que sea un sentimiento exagerado.

- ¿Y?

- Además en mi casa está mi vieja.

- Uhhh ¿Y por qué no iban a la casa de la mina?

- Eso es lo que me dijo. “Si querés vamos a mi casa”, me dijo.

- ¿Y?

- Le dije que no.

- ¿Cómo que le dijiste que no?

- ¡Le dije que no!

- ¿Pero sos boludo vos?

- ¡No, negro! ¡Porque me cagué pero los retorcijones seguían! ¡No voy a ir a lo de la mina a usarle el baño!

- ¿Y la mina qué dijo?

- Nada ¿Qué va a decir?

- Le dije que tenía que esperar a alguien. Que tenía una reunión.

- Y arreglaron para otro día.

Afirmó sin saber Tuta, esperanzado en la consumación sexual de su amigo.

- No.

- ¿Cómo que no?

- No, Tuta. No arreglamos nada. Me dijo; “que lástima, estaba linda la charla”. Y se fue. “Me tengo que ir- dejó picando-. Acá hay mucha gente”.

- ¿Le pediste el teléfono?

- No.

- ¿Le diste el tuyo?

- No me dio tiempo.

- ¿Y ahora?

- Y ahora. Ahora voy a comer más sano. Y si la veo desde la terraza me mando con el perro.