Minimizo
el archivo de texto, miro el Facebook, miro el Twitter. Dejo la
computadora sobre la mesa ratona y me levanto del sillón para
hacerme un té. Pongo la pava en el fuego y voy a baño, y meo con la
puerta abierta. Me gusta. Es como mear en un árbol pero sin el ruido
agradable (por eso de la libertad, digo, lo del árbol). Tiro la
cadena (en verdad aprieto el botón) y no me lavo las manos, y me voy
directo al sector cocina al ver cómo va el agua para el té. Supongo
que va bien. Tengo fe.
Me
siento nuevamente en el sillón (antes de pararme estaba acostado) y
miro el Facebook, otra vez, y miro el Twitter. Y me paro de nuevo y
reviso el agua. Compruebo que está caliente y apago el fuego. Agarro
la taza, el saquito de té (de boldo), y lo pongo en la taza y lo
baño en agua hirviendo. Mi parte más enferma desearía que el
saquito de té tenga cara y bracitos y patitas (como “La Caja
Vengadora” o “Bob Esponja”) y pida socorro a gritos de voz
finita cuando lo quemo. Siempre colgando de un hilo, siempre lindo.
Luego
dejo la pava sobre la barra (disfruto un poco de que se queme algo
ese aguayo rojo que usamos como mantel), y voy directo al sector
living, nuevamente. Dejo la taza sobre la mesa y me acuesto en el
sillón. Tomo otra vez la computadora, la pongo sobre mis piernas y
miro el Facebook. Veo que me respondiste, te contesto todo esto. Pero
no aprieto “enter” y sigo escribiendo: De pronto escucho el ruido
de la pava en el fuego y giro la cabeza, y la miro, y me doy cuenta
de que todo lo que te estoy relatando es algo que no pasó pero que
va a pasar (estoy un poco colgado, perdón), porque, de hecho, voy a
hacerlo yo, ahora mismo: Así que sí, ahora sí, me paro de veras,
apago el fuego, voy al baño y meo con la puerta abierta; siento esa
libertad. Luego voy al sector cocina y agarro un té -de boldo,
obvio-, y lo pongo en la taza que compramos en Carrefour. Pienso, o
mejor dicho, me acuerdo de lo contentos que estábamos al comprarla
(porque son baratas pero lindas, y se parecen a las tazas de esos
bares donde los viejos beben ginebra hasta morirse), y me pongo
contento otra vez. Luego baño con regocijo el saquito dé te con
agua hirviendo y dejo la pava sobre la barra. Me doy cuenta de que
ese mantel, ese de aguayo que no es mantel pero que usamos como tal,
por la composición que tiene, no podría nunca quemarse al contacto
con el acero caliente. Así que no me desilusiono y me vuelvo a tirar
en el sillón; cómodo. Ya habiendo dejado la taza sobre la mesa
ratona, obvio. Porque sabés lo torpe que soy y el cuidado que tengo
de mí mismo cada vez que manejo un objeto de tamaña peligrosidad al
lado de mi Macbook pro tan blanca y tan carita y tan preciada. Así
que agarro la compu, la pongo sobre mis piernas y termino de relatar
todo esto: Aprieto “Enter”, dándome cuenta de que, distrayéndome
del trabajo que intentaba realizar sobre una novela que nunca acabo
de escribir, para responderte (sin mentirte) esa suerte de regaño de
“evidentemente muy concentrado no estás en escribir, si estás
comentando en Facebook”, acabo de escribir un cuento fabuloso.
Gracias.