Ya
me mudé, vivo solo. Pero no es de eso que quiero hablar. Prefiero
obviar el tema de que, por ejemplo, no tengo cocina. Y no me refiero
a ese artefacto con hornallas y horno que usamos para cocinar, me
refiero sencillamente al “espacio cocina”. Claro, se estarán
preguntando en qué vivo. Vivo en una especie de loft bastante amplio
que por esas cosas de la vida- mejor dicho, porque fue antes
alquilado como oficinas, comercio, etcétera- nadie pensó que podría
necesitarse un espacio llamado cocina. Aun tiene las cadenas que
alguna vez levantaron una persiana, las columnas en el medio y las
formas que las buenas lenguas del marketing- que para mí son siempre
malas- aprovechan para llamar; “loft industrial”. Algo que suena
hermoso hasta que te tenés que poner a reciclarlo.
En
fin, como decía, no tengo cocina y me veo obligado a comer todo
frío, pedir delivery o morirme de hambre. Ese no es el problema,
puedo vivir comiendo porquerías el resto de mi vida. Puedo incluso
pasarme una noche sin comer, engañando el estómago con mate o
masticando una suela de zapato de cuero para sentir que llevo a mi
boca algo sólido, siempre y cuando, tenga- condición sine qua non-
un sillón y una tele a mi alcance. Eso lo tengo, así que al
respecto no me puedo quejar.
Lo
que se está volviendo un problema- y empieza a afectarme el ver
televisión-, es que, como no tengo cocina, no tengo dónde lavar los
platos/vasos/tazas que uso a diario.
Tengo
entonces dos opciones: acumular la mayor cantidad de vajilla sucia,
tomar valor y pedirle al vecino que me deja lavarlos en su casa. O
bien, lavar las cosas en el baño.
Claro,
existe la opción de construirme una cocina. Y esa es la más lógica
y racional de todas. Es la que más me entusiasma si quiero tener una
vida digna y medianamente normal. Lo que sucede es que, hasta que
vuelva a juntar unos buenos pesos, no voy a poder comprar una mesada,
un bajo mesada, una pileta, una cocina o anafe, hacer el desagüe, la
conexión de agua y una larga lista etcéteras que suma y suma una
terrorífica cantidad de signos de peso.
Pero
todo esto es mi culpa. No hay otra verdad. Aunque suene duro, soy yo
mismo mi propio boicot. Digo, si analizamos ésto, algo podemos
aprender. Imaginemos la opciones; un loft vacío, unos cuantos pesos
para alquilarlo y amueblar ¿Y el primer mes que hago? Me gasto la
plata en una lámpara para leer, una mesa para le televisión y un
hermoso home theatre que se escucha como los dioses... Será mejor
ahorrarme los insultos a mí mismo. Porque ahora que los platos se
acumulan, y ya no es tan cómodo leer o mirar televisión, es cuando
empiezo a pensar en las dos opciones que tengo para deshacerme de la
roña en la vajilla.
Quien
me conoce sabe que me moriría de vergüenza al preguntarle a mi
vecino si puedo usar un ratito su cocina. Claro, no es como “¿me
prestás un poquito de azucar?”, o “¿no tenés una pico de loro
que tengo que ajustar un caño?”. No. Es casi inmoral: “¿Puedo
pasar a lavar los platos? ¿Me los lavarías vos?”.
La
única opción que me queda es lavar todo en el baño. El pequeño
problema es que, como el baño es muy chiquito, la pileta de manos es
muy chiquita, y la pequeñita opción que me queda es el inodoro. Sí
señores; el inodoro. No se asusten. Ya lo hice y sigo vivo.
Y
claro, no es que los enjuago tirando la cadena. Simplemente conecto
una manguera a la canilla y sin apoyarlos, les voy dejando correr el
agua.
Como
sea, y como dije, ésto habla de mí, y de ésto algo tengo que
aprender. Y, para los que leyeron la anterior columna; me siguen
saliendo canas, pero, evidentemente, no soy una pizca más maduro...
Ah, ¡y terminé hablando de lo que no quería!