jueves, 25 de julio de 2013

TODA LA VERDAD Y NADA MÁS QUE LA VERDAD SOBRE EL ARTE DE ESCRIBIR


Minimizo el archivo de texto, miro el Facebook, miro el Twitter. Dejo la computadora sobre la mesa ratona y me levanto del sillón para hacerme un té. Pongo la pava en el fuego y voy a baño, y meo con la puerta abierta. Me gusta. Es como mear en un árbol pero sin el ruido agradable (por eso de la libertad, digo, lo del árbol). Tiro la cadena (en verdad aprieto el botón) y no me lavo las manos, y me voy directo al sector cocina al ver cómo va el agua para el té. Supongo que va bien. Tengo fe.
Me siento nuevamente en el sillón (antes de pararme estaba acostado) y miro el Facebook, otra vez, y miro el Twitter. Y me paro de nuevo y reviso el agua. Compruebo que está caliente y apago el fuego. Agarro la taza, el saquito de té (de boldo), y lo pongo en la taza y lo baño en agua hirviendo. Mi parte más enferma desearía que el saquito de té tenga cara y bracitos y patitas (como “La Caja Vengadora” o “Bob Esponja”) y pida socorro a gritos de voz finita cuando lo quemo. Siempre colgando de un hilo, siempre lindo.
Luego dejo la pava sobre la barra (disfruto un poco de que se queme algo ese aguayo rojo que usamos como mantel), y voy directo al sector living, nuevamente. Dejo la taza sobre la mesa y me acuesto en el sillón. Tomo otra vez la computadora, la pongo sobre mis piernas y miro el Facebook. Veo que me respondiste, te contesto todo esto. Pero no aprieto “enter” y sigo escribiendo: De pronto escucho el ruido de la pava en el fuego y giro la cabeza, y la miro, y me doy cuenta de que todo lo que te estoy relatando es algo que no pasó pero que va a pasar (estoy un poco colgado, perdón), porque, de hecho, voy a hacerlo yo, ahora mismo: Así que sí, ahora sí, me paro de veras, apago el fuego, voy al baño y meo con la puerta abierta; siento esa libertad. Luego voy al sector cocina y agarro un té -de boldo, obvio-, y lo pongo en la taza que compramos en Carrefour. Pienso, o mejor dicho, me acuerdo de lo contentos que estábamos al comprarla (porque son baratas pero lindas, y se parecen a las tazas de esos bares donde los viejos beben ginebra hasta morirse), y me pongo contento otra vez. Luego baño con regocijo el saquito dé te con agua hirviendo y dejo la pava sobre la barra. Me doy cuenta de que ese mantel, ese de aguayo que no es mantel pero que usamos como tal, por la composición que tiene, no podría nunca quemarse al contacto con el acero caliente. Así que no me desilusiono y me vuelvo a tirar en el sillón; cómodo. Ya habiendo dejado la taza sobre la mesa ratona, obvio. Porque sabés lo torpe que soy y el cuidado que tengo de mí mismo cada vez que manejo un objeto de tamaña peligrosidad al lado de mi Macbook pro tan blanca y tan carita y tan preciada. Así que agarro la compu, la pongo sobre mis piernas y termino de relatar todo esto: Aprieto “Enter”, dándome cuenta de que, distrayéndome del trabajo que intentaba realizar sobre una novela que nunca acabo de escribir, para responderte (sin mentirte) esa suerte de regaño de “evidentemente muy concentrado no estás en escribir, si estás comentando en Facebook”, acabo de escribir un cuento fabuloso. Gracias.